lunes, 22 de enero de 2018

AMANECE

Un sonido alto, pero agradable, la hizo estremecer y abrir los ojos. La alarma, con su canción favorita, insistía en que las horas de sueño habían rematado. La pereza, en que cinco minutos más y te levantas...
No era día para perezas. Su mano encendió la lámpara y apagó las notas. Saltó de su cama e intentó que sus pies la sostuvieran y la llevaran hasta la cocina. Café...el remedio infalible contra quien quería quedarse instalado en su piel. Ducha con el agua tan caliente que casi quemaba su desnudo cuerpo y unos últimos chorros fríos para que su sangre volviese a circular normalmente. Conseguido. Estaba despierta.
Eligió con cuidado su ropa. Nada fuera de lo común. Sencilla pero con un toque juvenil. Simplemente porque así se sentía. Secó su cabello y lavó su cara con agua fría. Ni maquillaje ni sombra de ojos. Pequeños surcos alrededor de sus labios demostraban que los años pasaban. Aceptarlos y vivirlos es lo que queda. 
Se llevó sus dedos a su boca y los besó delante del espejo. Repartió esos besos por su rostro: Me quiero!! Gesto que todas las mañanas repetía. Ese era su único maquillaje y no tapaba imperfecciones, realzaba su confianza y su fuerza.
Estaba lista para salir a comerse el mundo. A ponerse de sombrero el modelo que más le gustase. La calle le recordó que aún era invierno. El gélido aire golpeó sobre sus ojos y le hizo caer lágrimas. Siempre lo mismo...empeñado también en hacerle parecer infeliz.
Subir al coche, encender la radio y comenzar un nuevo viaje escogido durante la noche. Ya no iba con rumbo incierto. Planeaba cada día y lo vivía intensamente.
Ya no oía murmullos a sus espaldas ni notaba miradas furtivas...seguramente los seguía habiendo pero era inmune a ellos. Mirada al frente, cabeza alta  y pisadas fuertes. Mejor que hablen de una, aunque sea mal, eso es que estoy viva...se decía siempre.
Hoy su destino, era el mar. Esa playa solitaria que casi no pisaba en verano pero a la que no dejaba de visitar en invierno. Cuanto más fuerte era el oleaje más lo disfrutaba. Pasear por la arena mojada por su orilla y permitir que el agua salada la salpicase.
Necesitaba tan poco para ser feliz. Gastaba cada nuevo amanecer en ella misma, cada segundo, minuto, hora y día en pequeñas cosas que al llegar la noche, su noche, le permitían soñar. Sus sueños ya no le daban miedo. Y se dejaba ir por donde ellos la llevaban.
Eso, mis queridos lectores, se llama vivir!!!

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