jueves, 3 de mayo de 2018

CROSBY

Mientras el avión comenzaba a alejarse, Eva recorrió el trayecto de vuelta hasta la puerta giratoria de la terminal del aeropuerto. Absorta en sus pensamientos, sin mirar a nadie, sólo necesitaba escapar y regresar a su paraíso. Allí se sentía segura, era su pequeño-gran mundo.

Pocos amigos o ninguno. Muchos libros y buena música. Sus hermosas plantas y él...Crosby!!! Su gran danés, su más fiel y leal compañero.
¿Cómo pudo ser tan idiota? ¿Cómo llegó a poner en duda su fidelidad? ¿Cómo fue capaz de ponerle en semejante aprieto?

Seis meses de aquella noche de fiesta. Casi obligada, asistió. Cena de empresa, sin excusas para no estar. Muchos conocidos y otros que jamás había visto. Alguien se acercó, ofreciéndole una copa. El primer impulso fue rechazarla, pero levantó la vista y miró los ojos y la boca de quien tenía dos copas en sus manos. Fue como un flash...y su mano derecha actuó por sí sola, agarrando con delicadeza una de ellas.

Se llamaba Javier. No era de su ciudad. Pero tenía un no sé qué...algo que llamaba la atención de Eva. Se dejó llevar. Se preguntó: ¿por qué no? ¿Qué podía perder? No, en esos momentos ni se imaginaba lo que podría dejar tirado en el camino. 

Siguieron viéndose hasta el punto de que su casa era también la de él. Pero allí también vivía Crosby. Amable, cariñoso, educado con mimo y cariño por su amiga.
Javier odiaba a los perros. No soportaba su compañía ni su vista. Así que empezó a jugar a dos bandas. Si Eva estaba, acariciaba al gran danés; si ella había salido...lo pateaba sin piedad. Ciega de amor, no veía la realidad. No era consciente de los cambios de su mejor amigo.

Y pasaron los meses. Crosby lloraba en silencio para no preocupar a su niña grande y confundida. Seguía acurrucándose a su lado, pero su mirada era más triste cada día. 

Día duro de trabajo en la oficina. Eva llega tarde a casa...Crosby no sale a recibirla, sólo oye un lastimero quejido. Mira a Javier que esquiva su mirada. Corre hacia la cama y lo que ve llena sus ojos de lágrimas. Su fiel mascota, su amigo del alma, no puede moverse. Una de sus patitas cae sin control, la tiene rota!!. Lame su cara anegada en llanto y ella lo abraza, lo carga y sale de casa camino del hospital de perros. Una larga espera mientras curan ese hueso roto. Pero ¿Quién va a curar el alma de Crosby? ¿Quién va a quitarle el miedo? ¿Quién va a devolverle la confianza, en él mismo y en los que realmente aman a los animales? Por supuesto...ella.

Lo abraza de nuevo y lo deja al cuidado en la clínica. Nunca corrió tanto con su coche, no recuerda si había stops o semáforos en rojo. Aparcó en su casa, abrió la puerta y se enfrentó a la mirada esquiva de Javier. Ahora recuerda que jamás la miró de frente...pero ya era tarde. Un par de maletas, un gesto indicándole con el dedo el camino al porche. Un viaje al aeropuerto, un billete sólo de ida y la espera para asegurarse que se iba. Ni un adiós, ni una despedida...

No, no, no!! Volvió y recogió a su Crosby. Preparó su cama y lo acostó. Llamó a su trabajo y pidió unos días libres. Puso la música que le gustaba a ambos...y se durmieron, abrazados, hasta que al amanecer un lenguetazo la despertó y unos ojos agradecidos la envolvieron en el amor más profundo y leal que existe...



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