viernes, 27 de marzo de 2015

Juzgar es fácil...

Vivimos en una sociedad que nos impone normas, conductas y hábitos. Creemos, erróneamente, que somos independientes, sin pararnos a pensar que estamos hechos de costumbres que otros nos han inculcado. Damos por buenas o por malas ciertas actitudes según aquello que nos han enseñado.
Un ejemplo claro es que un buen día decidimos hacer un viaje. Llegamos a una ciudad desconocida, en la que no conocemos a nadie ni sabemos sus historias personales ni siquiera su manera de vivir. Pero, inevitablemente, en algún momento del día haremos un comentario sobre alguien que pase por nuestro lado o coincida con nosotros en cualquier lugar. Juzgamos...
Juzgamos sin conocer,  juzgamos sin valorar, juzgamos simplemente por costumbre.
Si esto lo hacemos en un sitio que no conocemos, imaginaros lo que pasa en nuestro propio entorno. Ahí la cosa se complica y, si resulta que es un pueblo pequeño, esos juicios se multiplican. Porque sí, porque nos da la gana y porque nos consideramos  jueces y, la mayor parte de las veces, verdugos de las miserias o grandezas ajenas.
¿Pararnos a pensar el porqué de las situaciones? Para qué? Si resulta mucho más morboso e interesante el daño moral que se puede infringir a esa persona que estamos juzgando.
Tendemos a dar por sentado que, como vivimos en el mismo lugar, todos nos conocemos. Craso error!! Nos conocemos, sí, pero del colegio, del supermercado, de los jardines públicos o simplemente del paseo de la tarde. Cierto!! Nos saludamos educadamente, lo cual no implica que, en cuanto te des la vuelta...te juzgaré..
El simple hecho de que un día decidas cambiar de forma de vestir será resorte suficiente para ser el blanco de un juicio sumarísimo sobre tu persona. Y qué sabrán ellos del motivo que te ha llevado a dejar la falda larga y vestirte con una corta y provocativa minifalda? Pero sí saben el castigo que imponerte por tan tremendo delito...señalarte y conseguir que el mayor número de sus adeptos lo hagan también.
Si hablamos de temas más serios, aún puede ser peor. El caso es que, te pongas como te pongas y hagas lo que hagas, siempre habrá personas que se creen con derecho a juzgarte.
Me viene a la memoria el cuento del abuelo, el nieto y el burro. Lo conocéis? Resumiendo: El abuelo encima del burro...juzgado, el nieto encima del burro...juzgado, los dos encima del burro...juzgados y, por último, abuelo y nieto cargando al burro y siendo dianas de chanzas y burlas...juzgados.
Todos pecamos de alguna manera, pero no todos de la misma forma. Cada uno de nosotros tenemos nuestra historia y nuestra vida. La que nos gusta vivir o la que nos podemos permitir. Alrededor de ella hay circunstancias. Precisamente esto es de lo que nos olvidamos cuando juzgamos. 
¿Qué sabemos de lo que pasa cada día en el entorno familiar de esa persona? Claro, es más fácil inventar que averiguar; básicamente, porque si preguntamos a lo mejor recibimos la respuesta correcta: "No es asunto tuyo". O simplemente, nos dejamos convencer por aquello que queremos oír. Lo peor del caso es que el inductor de ese juicio expande su criterio a quien tiene a bien escucharle. Por lo general a sus círculos cercanos y, por supuesto, a su manera.
Lo correcto sería no hacerlo. 
El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra...


4 comentarios:

  1. Ya lo dejò escrito hace demasiado tiempo D.Miguel de Cervantes, por boca de su ingenioso hidalgo....LADRAN SANCHO, LUEGO CABALGAMOS.....

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    1. Bienvenido a mi blog, Angel!! Ciertamente esto no es nada nuevo, pero no por ello deja de ser un mal vicio...

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  2. Dicen que cada uno de nosotros somos tres personas: la que nos creemos que somos, la que se creen los demás que somos y la que realmente somos. Difícilmente llegan a coincidir las tres

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    1. De todas ellas la más falsa es la que se creen los demás que somos. Casi nunca se basan en realidades, más bien en juicios basados la mayor parte de las veces en historias y rumores inventados, o ciertos pero exagerados

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